CRÍTICA DE OPERA


CRÍTICA DE OPERA

Attila

Por: Alberto Servat

El Comercio, Sabado 18 de abril de 2009

Bastaría con las interpretaciones de Ildar Abdrazakov y Dimitra Theodossiou en “Attila” para afirmar que este ha sido un acontecimiento musical difícil de emular. El bajo ruso y la soprano griega dan vida a los apasionados protagonistas de la ópera de Verdi con tal precisión vocal, entrega dramática y dominio de escena que no podemos sino agradecer a Romanza por este inesperado regalo artístico. Pero la ópera no solo son sus estrellas, sino también un trabajo en conjunto en el que convergen artistas y técnicos. Tampoco es exclusivamente música porque no se trata de un concierto, es teatro y como tal debe ser considerado. A ello me voy a referir en este comentario, dejando la evaluación musical para los entendidos.

“Attila” es un drama fascinante con una estructura muy especial. Un prólogo y tres actos dan cuenta de los últimos días del Azote de Dios. Por supuesto, la fidelidad histórica es lo de menos y los hechos narrados son exaltados por dos venas: la exaltación patriótica (que Verdi subrayaba por la situación de Italia en esa época) y las reglas dramáticas de entonces. El tono es decididamente melodramático y la ejecución musical insuperable. Pues, aunque no se trata de una de las más populares composiciones de su autor, la partitura resulta extraordinaria a cada instante. Desde su hermoso preludio hasta el fatal desenlace.

Debo decir que la puesta en escena de “Attila”, a cargo de Romanza en el Teatro Municipal del Callao, dirigida por Massimo Gasparon, marca una notoria distancia con respecto a las más recientes producciones operísticas que hemos visto en Lima. Hay una voluntad de quitarle ese peso acartonado que nuestras producciones siempre han tenido. Lo logra en cierta medida. Hay, por ejemplo, un coro en constante movimiento y una sucesión de imágenes bien dispuestas. Lamentablemente, el escenario del teatro es muy pequeño y las posibilidades de movimiento real son muy pocas.

La escalera que rige el escenario funciona bien. Rige las distancias de sus personajes, acentúa los momentos dramáticos y obliga a pensar en los mecanismos del poder terrenal y espiritual (la escena del Papa es contundente en este punto). Lo mismo se puede decir del vestuario. Es correcto en su mayor parte: romanos, vestales, los protagonistas. Lo que no entiendo es la apariencia “drag queen” seleccionada para Attila. La capa luce incoherente dentro del conjunto y quita fuerza y majestad al personaje. Felizmente, Abdrazakov tiene suficiente presencia para que ello no desluzca su interpretación.

He dicho que la voluntad de hacer un trabajo diferente se nota en “Attila”. Es el momento para estar atento a las tendencias que rigen la escena hoy. Si podemos darnos el lujo de tener a semejantes talentos en escena, tenemos que ofrecerles la escena adecuada para sus respectivos lucimientos.

Nota: Increíble que muchas personas de la audiencia no apaguen sus celulares y a mitad de la representación contesten llamadas. Eso, sumado a los portazos y a los comentarios en voz alta de muchos, hace del espectáculo una triste demostración de lo poco educados que somos.

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